9.5.06

"He dejado de creer en la revolución", dice Daniel Cohn-Bendit. Autocrítica del líder de mayo del 68

BRUSELAS.- Hay quienes afirman que no existe nada peor para un izquierdista que convertirse al realismo. Para sus adversarios, Daniel Cohn-Bendit es el ejemplo perfecto. A los 60 años, el histórico líder de la rebelión estudiantil de mayo del 68 en Francia parece haber aceptado de buen grado los derechos y obligaciones del juego democrático más tradicional.

Copresidente del grupo de los verdes en el Parlamento Europeo, Cohn-Bendit parece moverse en ese medio como pez en el agua: una vida regulada como un reloj suizo, varios asistentes parlamentarios a su disposición, un evolucionado sitio en Internet, una espaciosa oficina con teléfonos que no dejan de sonar y las personalidades más importantes de Europa requiriendo a diario su opinión.

Sin embargo, sería un error imaginarlo como un funcionario vestido de gris. De su juventud, Cohn-Bendit conservó la fascinación por la provocación, la ironía para demoler a sus adversarios y la independencia de su acción política. Como hace casi 40 años, el pelirrojo más célebre de Europa sigue vistiéndose con esmerado desaliño, hablando con infrecuente vehemencia y afirmando que no puede imaginarse la vida sin pasión... y sin fútbol.

Cohn-Bendit nació en Francia, en el seno de una familia de refugiados judíos alemanes. Expulsado por Charles de Gaulle tras la rebelión de 1968, se instaló en Alemania. Y allí se quedó. Partidario de la ecología, militante verde desde los años 80, adjunto del alcalde de Francfort, llegó al Parlamento Europeo en 1994. De esos orígenes franco-alemanes, "Dany el Rojo" heredó un sueño: la construcción europea. Pero sus aventuras estudiantiles lo persiguen como un boomerang. ¿Le molesta? "No. Como me expulsaron quedé asociado al aspecto positivo de mayo del 68. Soy como una suerte de Jim Morrison desaparecido en plena gloria, antes de desmoronarse como Elvis Presley."

-¿Qué responde a aquellos que afirman que, comparado con "Dany, el Rojo" de 1968, Daniel Cohn-Bendit está de vuelta de muchas cosas?
-Las críticas suelen ser más duras aún. En Francia hay personas que me tratan de traidor y de renegado. Otros, que me conocen mejor, dicen que siempre fui sólo un reformista. Es verdad que por entonces yo tenía un discurso libertario, abierto? Siempre quise ser un mediador entre diferentes posiciones. Creo que nunca cambié esa forma de ser.

-Hace 30 años era considerado un rojo por la derecha. Hoy es un diputado verde.
-Sí, soy un verde, a mi manera. Creo que hay muchas formas de estar en un partido. Yo soy una especie de aguijón. Soy alguien que trata de anticipar ciertas posiciones que creo necesarias. El gran peligro de un partido político es que funciona en un círculo vicioso y cerrado. Los partidos tienen necesidad de verse confrontados con posiciones diferentes, no solamente exteriores, sino, sobre todo, internas. Ese es el papel que tengo.

-¿Usted es de izquierda?
-Creo que sí. Incluso sobre ciertas cosas tengo posiciones radicales de izquierda. Pero la ideología de izquierda y de extrema izquierda tiene efectos perversos que es necesario tener el coraje de denunciar. Hay una forma de pensamiento estatista en la izquierda que ya no sirve en nuestras sociedades. El problema es que ese pensamiento estatista también es criticado por lo que llamamos el neoliberalismo. Y entonces, a partir del momento en que uno critica el estatismo tradicional de la izquierda europea, es inmediatamente denunciado como un soporte incondicional del neoliberalismo. Durante la última campaña francesa, cuando lancé la fórmula provocadora de que era un "liberal libertario", quise decir: "Atención, el liberalismo político tiene una influencia benéfica extraordinaria sobre lo que llamamos las instituciones democráticas, sobre la reflexión de la democracia". Si hay un punto débil de la izquierda tradicional, ahora y durante mucho tiempo, es justamente su reflexión sobre la democracia. Lo de "libertario" es porque estoy a favor de un pensamiento radical y libre que los liberales no siempre tienen, no sólo sobre los problemas de sociedad. Creo que se puede defender perfectamente la idea de una economía social de mercado en la que habría empresas autogestionadas democráticamente por los asalariados. Hay viejas ideas que vienen de la izquierda, de los movimientos libertarios, que se podrían integrar en el universo de una economía social de mercado.

-¿Es el hecho de ser mitad alemán y mitad francés lo que lo lleva a sentirse tan identificado con la construcción europea?
-Siempre fue muy importante para mí. Quizá de otra forma. Siempre tuve una percepción de las cosas que iba más allá del marco de una cultura nacional.

-¿Cuál fue la influencia que tuvo el movimiento de mayo del 68 sobre las sociedades europeas?
-No hay que tomar sólo el mayo del 68, hay que tomar todo el período. Esas rebeliones de los años 60 en Europa liberaron a las sociedades, pero fracasaron políticamente.

-¿Qué quiere decir?
-Fracasaron nuestras concepciones políticas, como el socialismo y la autogestión.

-Concepciones que se expresaban, por ejemplo, con la frase: "Elecciones, trampa para idiotas..."
-Sí, por ejemplo. Pero también con el ideal de superar la democracia burguesa tradicional. Allí fracasamos. Pero en lo social permitimos a la gente, individual y colectivamente, que pudiera apropiarse de sus vidas. Eso fue, auténticamente, una explosión de libertad en los años 60.

-Ahora usted es un miembro conocido del establishment europeo...
-Antes que nada, ¿qué quiere decir que yo formo parte del establishment europeo? Son numerosos los que me lo dicen...

-Del establishment político europeo. Al menos aquí, en el Parlamento...
-Pero aquí yo soy un diputado. Vaya usted a decirle a un diputado europeo de extrema izquierda que forma parte del establishment y verá qué le contesta.

-Fue una provocación. Sólo para comprobar que sigue siendo, en el fondo, un anarquista. En todo caso, usted participa activamente en la construcción institucional europea, acepta el juego de la democracia participativa, las elecciones...
-Entonces, retiremos lo de establishment. Lo que usted dice (y me tranquiliza) es: "Usted forma parte de la organización democrática de nuestras sociedades, aceptando responsabilidades". Eso es verdad.

-¿Cree que Europa se está construyendo sobre un modelo neoliberal?
-Decir que Europa es neoliberal no significa nada. Durante mucho tiempo Europa fue sólo un mercado común. Después se hizo más evidente la necesidad de superar esa idea mercantilista. Fue cuando sobrevinieron el derrumbe del comunismo y la unificación alemana. Una de las condiciones de la construcción europea desde el comienzo ha sido, justamente, que ningún país pueda ser hegemónico en el continente. La unificación alemana, con 80 millones de habitantes en el corazón de Europa, despertó temores y, para estabilizarse, esa Europa mercantil decidió crear una moneda común.

-¿El euro es el punto de no retorno de la construcción europea?
-No creo que exista un punto de no retorno. El euro es un punto fundamental de refuerzo de la Unión. En todo caso, los que están contra el tratado constitucional (en vías de ratificación) deberían pensar en algo: imagínese la guerra de Irak. Supongamos que el euro no hubiera existido. Es evidente que los estadounidenses, con el dólar, habrían atacado las monedas de todos los países que estaban contra la guerra. El euro impidió esa estrategia imperialista, bien conocida. Allí vimos la importancia del euro en los momentos de crisis.

-¿Qué piensa usted de ese texto?
-Fue el producto de una convención entre 210 representantes de todos los países de la Unión Europea.

-¿Fue una negociación del tipo "te doy, me das"?
-Fue mucho más que eso. Quizás este tratado sea un compromiso, pero es un compromiso entre culturas constitucionales diferentes. Esta Constitución nos da armas para saber cómo podremos enmendarla.

-¿Y por qué Francia tiene esta reacción de mal alumno de la clase, aprestándose a votar contra la Constitución?
-La construcción europea cuestiona lo que ha sido el fundamento de la nación francesa. Los franceses piensan que Europa debe ser una Francia grande. Y como Europa nos obliga a compartir soberanía, es decir, a reformar la concepción del Estado, para los franceses Europa termina por debilitar las defensas.

-La verdad es todo lo contrario.
-Existe hoy la falsa idea de que el no a la Constitución es un acto revolucionario: diciendo no, decimos no al neoliberalismo. Hay que explicar que decir sí a esta Constitución es darse las posibilidades de ser dueños de nuestro destino. Este es un debate muy sartreano: tenemos la libertad de escoger la forma de organizar nuestra vida y cumplir un papel frente a la hegemonía norteamericana. La cuestión no es ir contra los Estados Unidos, a los que debemos mucho. El dilema es: ¿queremos un mundo unilateral o un modelo social en el que el futuro europeo pueda afirmarse?

-¿Y la entrada de Turquía en la Unión?
-No hay que mezclar todo. Para el debate sobre Turquía tenemos 15 años por delante. Esta Constitución define unas instituciones políticas con valores comunes. Si Turquía consigue integrar esos valores en su vida cotidiana y defenderlos, entonces será posible considerar su ingreso. Después de lo que yo llamo "el milagro del Rin" (la alianza francoalemana) y después de lo que llamo "el milagro del Oder" (unificación de Europa con la incorporación de los países del Este) podemos intentar "el milagro del Bósforo". Pero ese milagro sólo puede realizarse si existe, verdaderamente, una evolución de Turquía hacia un Estado laico, democrático y abierto. Y todavía no hemos llegado a ese punto.

-Cuando usted se pronunció en contra de la guerra en Irak, invocó el principio de la injerencia democrática. ¿Qué es esto?
-Creo que hay que defender una concepción en la que la prevención de conflictos y el combate por la democracia se transformen en la base de nuestra política extranjera. La intervención militar es la excepción. En el caso de Irak, lo apropiado era aumentar la presión democrática para evitar que el pueblo iraquí pagara el precio de una intervención militar. La presión, la injerencia democrática, la injerencia humanitaria sirven para que, a largo plazo, las poblaciones puedan emanciparse.

-Entre quienes lo acusan de traidor a las ideas progresistas están los movimientos contra la globalización.
-No quiero ser negativo con ellos, pero deberíamos tener cuidado de no caer en el totalitarismo. Quienes reivindican el éxito de haber puesto 100.000 personas en las calles contra una reunión del Grupo de los 8 deberían recordar que los gobiernos del G8 han sido elegidos legítimamente por centenares de millones de personas. Tomemos el caso de la agricultura. Los países del Sur quieren la apertura de nuestros mercados. Ese es el caso de los campesinos brasileños o argentinos, mientras que gran parte de los campesinos europeos se opone. Ambas reivindicaciones son legítimas y también son contradictorias. Si se quiere democratizar la mundialización, las instituciones internacionales son irreemplazables.

-No obstante, muchos suelen comparar a los "altermundialistas" con los manifestantes de mayo del 68...
-Quizás estén acertados. En todo caso, aquellos que acarician proyectos de revolución se equivocan. Yo he dejado de creer en la revolución. Estoy íntimamente convencido de que los procesos revolucionarios son los signos del fracaso de una sociedad que no supo reformarse. Es más: las mismas revoluciones son las que impiden las reformas necesarias. Inevitablemente, concluyen en el vacío.

-Después de esta entrevista, la verdad es que no entiendo por qué siempre lo llamaron "Dany, el Rojo".
-(Risas) Por el color de mi pelo...

Por Luisa Corradini Para LA NACION

1 comment:

Inconclusa said...

hola, no había leído la nota... y en estos días tan de mierda en dónde las brechas son cada vez más abismales, no importa lo que digan los índices económicos, si la calle te canta otra... ya sabemos que las sociedades fracasan, y entonces qué? entonces qué haremos?

este hombre me recuerda a aquel otro de "los edukadores".. por cuanto venderems nuestros sueños en 30 años?