2.6.06

Distinguir. Por Fogg

"La reconcha de tu hermana", me dijo el patovica de la disco cuando quise treparme por una de sus paredes. Luego me golpeó en el abdomen y me pateó la cara fuertemente. Ahí quedé, sangrando y casi sin conocimiento. Fueron tres horas de ensoñación y dolor. Soñaba con el poder de dominar los aires, yo caminaba por encima de los rayos pudiendo soportar altísimas temperaturas. Después, creía que podía dominar el lenguaje animal, me comunicaba con especial cariño con una abeja que me daba de su miel para alimentarme. Todo eso duró, si puede pensarse en la idea de tiempo, hasta que me desperté en una sala médica de un hospital. Unos ojos enormes y feos que me observaban fue lo primero que ví al despertar. Era un médico que me tocaba y me hablaba aunque yo no supiera como entenderlo. Había perdido el habla, me había vuelto mudo hasta tal punto que no podía expresar el fuerte dolor que sentía cuando el médico me apretaba las costillas.

Desesperado sin mi lenguaje pensé en algunas formas de escaparme. Miré puertas y ventanas y todos los accesos se presentaban inflanqueables. Pensé en maneras de pedir un calmante aunque parecía que médico y enfermera jamás llegarían a comprender mi pedido. Casi sin fuerzas y movilizado por el dolor que partía de mi coxis hasta llegar al nervio ciático, me abalancé sobre la enfermera y la tomé del cuello para intentar inmovilizarla. Gritos agudos, miedo, y mi panorama visual que trataba de encontrar alguna salida de ese inhóspito espacio. Pensé que sería una situación de sencilla resolución, pero a continuación llegaron unos efectivos de seguridad que me redujeron con éxito en unos quince segundos. El médico dio una orden que no llegué a entender y desperté en una celda.

No sabía si era pleno invierno pero el frío me hacía temblar hasta lastimarme las muelas. Con el movimiento tieso de mi cuerpo, el dolor de mis costillas volvió mas intenso hasta reducir considerablemente mi capacidad visual. No sólo había perdido la disposición para distinguir límites y contornos, sino también parecían haberse borrado una cantidad significativa de los colores del espectro. El marrón, el violeta, negro, un gris tal vez, pero no mucho más había en las formas que se presentaban ante mi. Ante esa situación comprobé que podía aumentar mi desesperación, aunque no sabía que eso era posible. Mi primer entendimiento en mucho tiempo fue el saber que era posible permanecer damnificado más allá de los límites tolerables por lo físico y lo psíquico.

Un fuerte golpe de sonido a metal chocando interrumpió ese tortuoso pensamiento, y al levantar mi cabeza creí distinguir en una forma velada a la figura de un hombre. Cuando comencé a esperanzarme con la comunicación, una sensación como de trescientas agujas que pinchaban mi piel me inmovilizó. Era agua helada que el hombre me arrojó, y a continuación: "levantate hijo de puta", me dijo. Me pateó en el hombro y el dolor no me hizo desmayar pese a que era lo que más deseaba en ese momento. El sabía que yo no podría levantarme y sin embargo repitió su patada y otra vez exigió que me lavantase. Ese desmayo tan anhelado no llegaba aunque lo que surgió fue un sonido dentro de mí, similar a una madera que se rompe. Era una vena del parietal derecho que había explotado por la tensión, provocándome una hemorragia cerebral. Con resignación y esperanza pensé que moriría desangrado en unos pocos minutos y el hijo de puta que me estaba dando acabaría de hacerlo. Pero pese a lo que creía, no me llegó la muerte sino un calor ardiente adentro. "Ya está, moriré en pocos segundos quemado, esto es la muerte ", pense ansioso de que viniera rápido. El rigor al que me estaba sometiendo ese hombre estaba clavando astillas de mis costillas en los pulmones y cortaba mi respiración hasta el punto de provocarme vómitos de bilis.

Blanco, gris, blanco azulado con mínimos puntos rojos; esa era la imagen que tenía en mi descompensada estructura cerebral. Calor ardiente y un sonido agudo, más agudo y después algo grave. Rojo con mínimos puntos azules y una raya negra. Negro. Cada vez más negro. Impacto violentísimo, furioso, con toda la ira sobre mis pulmones que supuraban un líquido putrefacto. Un bicho indescriptible que caminaba dentro de mi mente, mi abuela, mi maestra de jardín de infantes. Una mujer con puré en el zapato esperando salir a su hijo de la escuela. Ajedrez. Casi todo negro. Impacto. La muerte.

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