Entrevista a Wim Wenders, realizador de "París, Texas" y "Las alas del deseo". "UN CINE DIFERENTE ESTÁ POR EXPLOTAR"
Aunque vive en Los Angeles, el realizador sigue considerándose un cineasta europeo. Opuesto a las fórmulas probadas, sostiene que las técnicas dgitales y el auge del documental preanuncian una nueva etapa.
Autor de dos clásicos del cine de los 80, Paris, Texas y Las alas del deseo, Wim Wenders encara su oficio con la libertad suficiente como para irse a rodar un cortometraje entre largo y largo, ayudar a Michelangelo Antonioni en la filmación de su última película, filmar un corto publicitario en Buenos Aires, largarse a La Habana con su cámara para realizar un documental sobre los músicos de Buena Vista Social Club y de allí volver a Los Angeles, donde vive, para hacer un largometraje de ficción, por ejemplo el reciente La búsqueda, su segunda colaboración con el escritor y actor Sam Shepard, después de Paris, Texas. "Es que no soy un director de carrera", explica. "Eso lo aprendí de un maestro de la literatura norteamericana, Dashiell Hammet. Un día dejó de escribir y no volvió a hacer un libro en treinta años. Cuando estaba en el final de su vida le dijo a un periodista por qué había dejado de escribir: ‘me di cuenta de que me estaba repitiendo’. Ya no quería repetir una fórmula. Yo nunca quise caer en esa trampa".
–Sin embargo ha vuelto a ciertos temas. La búsqueda tiene muchas cosas en común con Paris, Texas...
–Sí, pero sigue siendo una película que no había hecho antes. No nos hubiésemos atrevido a escribir algo así veinte años atrás. Sam Shepard no se hubiese animado a interpretar un personaje como este, y yo no me hubiese atrevido a hacer una película que tuviera una distancia tan irónica del personaje principal. De todos modos, cuando me pongo a revisar mi trabajo me doy cuenta de que siempre vuelvo a ciertos temas. Pero eso es lo que uno hace como director. Uno no tiene una cantidad infinita de historias para contar. Algunos de mis directores favoritos solo tenían una historia, que hacían una y otra vez, como John Ford o Alfred Hitchcock.
–Ha servido de inspiración para muchos jóvenes realizadores. ¿Le resulta fácil ver su influencia en otras películas?
–Sí, he podido apreciar la influencia que han tenido mis películas en toda una nueva generación de realizadores. Sobre todo la influencia que Paris, Texas tuvo en el cine independiente norteamericano, porque entonces nadie hacía películas como esa. Sé que Las alas del deseo tuvo un impacto muy fuerte e influyó en realizadores que por esa época comenzaban, pero no es necesariamente obvio para mí. A veces noto esa influencia en una película y otras veces se acercó el director y me lo dijo. Y es muy lindo que te digan algo así.
–¿Su trabajo como profesor de cine en una escuela de arte de Hamburgo le permite reflexionar sobre tu propio proceso creativo?
–Por supuesto. No estaría enseñando si no pudiese aprender algo al mismo tiempo. Creo que empecé a enseñar porque advertí que estábamos en un momento clave de la historia del cine. Hace unos cinco años, me di cuenta de que la realización digital estaba cambiando drásticamente el panorama del cine, que no era simplemente una nueva herramienta, sino que había una nueva manera de hacer películas que todavía tenía que ser inventada. Los directores pueden hacer hoy películas con las que los de mi generación solo podíamos soñar. Pensé que podía explorar junto con mis estudiantes y jóvenes realizadores esas nuevas posibilidades. Enseñar también me ayudó a pensar qué era lo que valía la pena guardar del primer siglo de la historia del cine. Por lo tanto buena parte de mis enseñanzas pasan en realidad por la investigación, porque además me gusta trabajar con gente joven.
–¿Le preocupa la situación del cine actual, en donde cada vez pesa más el dinero?
–Sí, en ese sentido es triste, pero a la vez veo un panorama muy prometedor. Lo triste es que las películas cuestan cada vez más. Algunas ya están costando doscientos millones de dólares y si siguen así van a llegar a quinientos. El problema es que cuanto más cuestan, menos es lo que se puede decir con esa película. Uno puede hacer muchas cosas técnicamente con cien millones de dólares, pero tus manos están atadas como creador. Las películas en las que realmente podés decir lo que sentís son pequeñas producciones en formato digital, de muy bajo presupuesto, pero ese siempre ha sido el camino. Ya en la década del 50 las películas más interesantes eran las de clase B. Lo que me parece muy prometedor es que el documental ha retornado con mucho ímpetu, y mucha gente, especialmente los jóvenes, si tienen la oportunidad de elegir entre un documental y una película de ficción van a ir a ver el documental.
–¿A qué lo atribuye?
–Creo que hay un verdadero apetito por la realidad, tal vez debido a que la propuesta del cine comercial pasa hoy por la fantasía y los efectos especiales, y más aún porque es un cine basado en fórmulas y recetas conocidas. Los documentales nunca están basados en fórmulas. El hecho de que en la década del 90 hayan sido completamente ignorados y ahora hayan regresado con tanta fuerza es una gran señal. Yo creo que ha comenzado una nueva etapa y que el cine digital está a punto de explotar. Eso va a cambiar todas las reglas y va a permitir que el campo para hacer películas vuelva a ser tan amplio como antes. Durante un tiempo la sensación era que solamente las grandes superproducciones iban a sobrevivir y ese fue un momento verdaderamente crítico.
–Tiene esta pasión por el cine norteamericano y al mismo tiempo es el presidente de la Academia del Cine Europeo. ¿Cómo maneja esta dicotomía?
–Yo vivo y trabajo en Estados Unidos como un realizador europeo. No filmo películas con dinero norteamericano. La búsqueda fue producida completamente con dinero europeo, más específicamente de Alemania. De todos modos, siento que sigo estando en un buen lugar desde el que puedo defender al cine europeo. Es una misión que me tomo muy seriamente.
–¿De qué manera le parece que Europa tiene que defender su cine de la invasión de producciones norteamericanas?
–De la misma manera que el cine latinoamericano, el asiático o el africano. Tienen que insistir en que tienen su propia manera de hacer cine y su propia mirada sobre las cosas, porque cuando comienzan a copiar a Hollywood dañan su propia tradición cinematográfica. Yo creo que la audiencia mundial está muy interesada en el cine local y en los diversos colores que proponen las películas que vienen de otras partes. El cine en Europa es mucho más específico que en Estados Unidos. Cada película europea va a tener un acento particular y va a ser muy específica en su naturaleza. Una buena cantidad de películas norteamericanas, especialmente las grandes superproducciones, no tienen nada de específico. Pueden transcurrir en cualquier lugar del mundo y por eso no tienen ningún viso de realidad. Eso no ocurre en las películas europeas. Yo creo que las películas que tienen un color local pueden contarle a la gente mucho más sobre su propia cultura que este otro tipo de cine que llega de Estados Unidos.
Por Gabriel LermanFuente: Revista "Acción"Más información: www.acciodigital.com.ar
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment